80.- Inflación palabraria: la economía es antieconómica

Cogemos cualquier periódico de los últimos tiempos, y todos tienen la misma dinámica, al margen de que se analice en positivo o negativo: el Gobierno español rompe todas sus promesas y rebasa la línea roja irrebasable porque los mercados “se tranquilizarán”, porque es “necesario e imprescindible”… De nuevo, la economía triunfa sobre la política y la sociedad (“que esta crisis se convierta en cultura es cuestión de tiempo. Que sea política es cosa nuestra”, decía A. Baños). La proyectada “refundación” del capitalismo de otoño de 2008 ha fracasado. El neoliberalismo ha superado la crisis, y se ha fortalecido, llevando a gobiernos (al menos en el nombre) de izquierdas a políticas que castigan a los que menos tienen (pensiones, funcionarios, ayuda al desarrollo, gasto social…). Y lo curioso es que casi nadie se plantea que si hay que recortar ¿por qué no se hace, por ejemplo, en el sector militar? Las cifras dicen que simplemente retirar las tropas de Afganistán supondrían 4.000 millones de euros, que no vendrían mal para reducir el déficit. ¡Ah!, sí, qué cretino soy: las tropas allí son necesarias para el bienestar de la población de aquí… creo. ¿O por qué no se vuelve a implantar el impuesto de transmisiones,  que sólo beneficia de verdad a las mayores fortunas? Los pensionistas, obreros… financiando los yates. Socialismo puro (la “S” del PSOE), y defensa del obrero (la “O”).
Por cierto, ¿no tendrá también algo que ver en la dificultad de obtener dinero el que ya no queda nada que privatizar? Cuando en gobiernos de Felipe González o J. M. Aznar se necesitaba liquidez se privatizaban empresas públicas y se obtenía “contante y sonante”? ¿Qué podríamos vender ahora? ¿Por qué no privatizamos a la clase política y les exigimos que funcionen en los términos de eficiencia, eficacia y productividad que ellos nos exigen en nuestros trabajos?
    También oía yo decir que para salir de la crisis había que reactivar el consumo. Así se entraría en el “círculo virtuoso” que lleva del consumo a la mayor producción, con lo que las empresas contratarían más, generando más salarios, y así más consumo… Sin embargo, como la economía cambia sus tesis dependiendo del momento, no tengo muy claro que en realidad haya algo que se pueda hacer, excepto favorecer a los que “se debe”. Si me bajan el sueldo un 5, ¿podré consumir más? Pues que venga algún economista y me lo explique, que yo no lo entiendo.
    Permitidme que me cite a mí mismo en un comentario que hacía hace ya bastante tiempo: “(…) toda una forma de ver el mundo, a la “lente” y la “distancia” que empleo para ver éste, y sobre todo una visión intolerante (en el sentido de Slavoj Zizek en Elogio de la intolerancia) con el sistema en el que vivimos, injusto y dominado por el Poder del dinero y los mercados, y por la aceptación ciega del neoliberalismo, del pensamiento único y del dominio del lenguaje que han impuesto los think-tanks neocon (a modo de ejemplo, las palabras “ajuste” y “necesario” han sido repetidas tantas veces los últimos tiempos, que aceptaremos “casi con normalidad” la que se nos viene encima, si bien el “ajuste” podría ser de otro modo. Ya veremos si Grecia o España no terminamos pareciéndonos a la Argentina de Menem y el corralito, retratada magistralmente por Pino Solanas en Memoria del Saqueo)”. 

    La ciencia económica rodea con un gran misterio sus aportaciones, a fin de hacer indescifrable para los legos sus códigos supuestamente inmutables. Ya nos prevenía G. Simmel al advertir que “del misterio y el secreto que rodea todo lo profundo e importante surge el típico error de creer que todo lo secreto es al propio tiempo algo profundo e importante”. Mientras, en el inicio de nuestra querida crisis actual, Jean-Claude Trichet, presidente del Banco Central Europeo podía decir en estas sabias palabras: “No excluyo nada, pero no me comprometo a nada” (La Vanguardia, 5 de diciembre de 2008). Debe ser porque la economía en realidad no es una ciencia, y si lo fuera tendría que definirse como mucho como “la ciencia del ‘ya veremos’…”, ver qué ocurre para definir algo mínimo, que luego se disfrazará de verdad objetiva, con los Samuelson, Friedman, Krugman, Stiglitz… (por citar economistas de todas las ópticas) dando valor científico a lo que no deja de ser más que ideología. Quizá porque la economía es antieconómica. Sus gurús, disfrazados de profetas de lo inevitable, sólo aplican a los demás lo que plantean como verdades inmutables: el directivo que utiliza los más estrictos criterios de eficiencia (matemáticos y científicos, of course) para reducir los costes se compra un Rolex de oro cuando podría reducir sus costes mirando la hora en el móvil. O el otro ejecutivo que calcula al milímetro los precios del transporte de los productos de su empresa para mejorar la eficiencia utiliza un carísimo y energéticamente impresentable Ferrari para desplazarse por la ciudad, con una eficiencia menor que el metro o un autobús público. O el tipo que tiene un MBA y calcula el espacio disponible para cada obrero en la cadena de montaje para rentabilizar ese espacio es el mismo que tiene 5 casas de mil metros cuadrados para una. ¿Será que las “leyes objetivas” de la economía sólo son objetivas cuando se le pueden aplicar a los demás, especialmente si son pobres? Y lo mismo que ocurre con los tipos que defienden los mercados, ocurre con los mercados mismos.
En realidad los mercados no son “naturales” porque son producto de sociedades y sistemas de valores particulares. Además, no son buenos asignadores de bienes, ya que ignoran las grandes áreas de actividades y necesidades humanas que no están dentro de los valores monetarios (educación, felicidad, autorrealización…). Lo decía Karl Polanyi: “la idea de un mercado que se regula a sí mismo es puramente utópica. Una institución como ésta no podría existir de forma duradera sin aniquilar la sustancia humana y la naturaleza de la sociedad, sin destruir al hombre y sin transformar su ecosistema en un desierto (La gran transformación, 1997 [1941]).
Por si fuera poco, los mercados puros son una fantasía, como se puede ver en los del petróleo o la droga, que muestran cómo factores políticos, sociales o de los cárteles distorsionan y/o hacen caso omiso de la oferta y la demanda; y también en la actuación real anti-mercados libres de Estados Unidos, Japón o la UE, que dominan la OMC y el FMI para aplicar a los demás lo que ellos mismos se niegan a hacer.
En la eliminación del papel de los Estados por los mercados la no injerencia da la vuelta como un calcetín cuando nuestra querida Banca y otros piden ayuda al Estado –a nuestros impuestos- para salir de la crisis “abandonando los principios del libre mercado para salvar al libre mercado” (G. W. Bush). No hemos sido capaces siquiera de implantar la Tasa Tobin (propuesta ¡¡¡en 1981!!!) que proponía gravar con un impuesto internacional del 0’001% las transacciones en divisas. Con ello se podría desarrollar un programa planetario de erradicación de la pobreza. Con el 10% de la suma recaudada sería posible dar asistencia sanitaria a todos los habitantes del planeta, suprimir las formas graves de malnutrición y proporcionar agua potable a todo el mundo. Con un 3% se conseguiría reducir a la mitad la tasa de analfabetismo… Pero, claro, los mercados no pueden regularse porque se distorsionarían.
Y en definitiva, la crisis para quienes no la provocaron, el sistema financiero dominando la economía real, la política y la sociedad, y otros vendiendo que estas medidas de ajuste son la única salida. Me repito: Josef Ackermann, presidente del Deutsche Bank, decía en diciembre de 2008 que “yo también he sufrido pérdidas patrimoniales”. Pobre.
Pura “inflación palabraria”, que diría Galeano.

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