32.- Recuperar la Historia (2ª parte)

“Siempre se es el antiespañol de alguien” (E. Haro Tecglen)

Somos tiempo y espacio. Como quedaba recogido en la 1ª parte de este artículo (ver https://impensando.wordpress.com/2011/03/13/28-recuperar-la-historia-1%c2%aa-parte/) el neoliberalismo ha tratado de robarnos la historia, de hacernos creer que vivimos en un sistema ahistórico. Eso sí, mientras, se nos generan conciencias nacionales para poder justificar muchas cosas. Sin embargo, las naciones no con más que comunidades imaginadas (B. Anderson.- Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo), [México, FCE, 2006 (1981)].
Sigamos a Anderson: “mi punto de partida”, dice, “es la afirmación de que la nacionalidad, la ‘calidad de nación’, al igual que el nacionalismo, son artefactos culturales de una clase particular”. Esto es, es una construcción histórica que evidentemente ha cambiado con el tiempo hasta generar en la actualidad “una legitimidad emocional tan profunda”, desde su inicio a finales del siglo XVIII.
    
El nacionalismo plantea 3 paradojas que han debido abordar sus teóricos:
1)    La modernidad objetiva de las naciones a la vista del historiador, frente a su antigüedad subjetiva a la vista de los nacionalistas
2)    La universalidad formal de la nacionalidad como un concepto sociocultural (todo el mundo nace con un sexo/género y una nacionalidad, y sólo eso es igual en todas partes)
3)    El poder ‘político’ de los nacionalismos, frente a su pobreza y aun incoherencia filosófica.

Así, un pobre concepto, que ni siquiera ha producido grandes pensadores, que se generaliza a todo el mundo en la modernidad, y plagado de mitos. Desde esta triple paradoja, Anderson nos plantea su definición de nación: “una comunidad política imaginada como inherentemente limitada y soberana”.
 Así pues, la nación es imaginada (se inventa) por el nacionalismo, se imagina limitada (toda nación tiene fronteras) y se imagina soberana. Y además, se imagina como comunidad, aun cuando la mayoría de los miembros de cualquier nación, por pequeña que sea, no se llegarán a conocer nunca. Junto a ello, en toda nación habrá desigualdad y explotación de unos por otros, bajo el paraguas del discurso de la unión en el destino común. ¿Por qué hombres y mujeres están/estamos dispuestos a morir por imaginaciones tan limitadas? ¿Qué hace que las imágenes contrahechas de la historia (escasamente más de dos siglos) generen sacrificios tan colosales (llegar a morir)? Y, más allá, ¿para qué sirven esas muertes?: para Braudel “la biografía de la nación destaca suicidios ejemplares, martirios conmovedores, asesinatos, ejecuciones, guerras y holocaustos. Mas, para servir al propósito de la narrativa, estas muertes violentas deben ser olvidadas/recordadas como ‘nuestras’”.
    
Historias inventadas para generar naciones inventadas. Historias negadas para negar la historicidad de las construcciones sociales. Para nuestro país, “nuestra” historia, la que nos hace diferentes de los que están al otro lado de la raya, parte nada menos que de Atapuerca. De ahí vienen ya todos nuestros mitos patrióticos actuales, si bien se olvida que España no siempre fue lo que es hoy, y tendremos ciertas dificultades de comprensión si tratamos de imaginarnos la “comunidad imaginada” España del siglo XVII, por poner un ejemplo, o incluso la del XIX, cuando se generaliza la educación pública, precisamente para inculcar los valores de la nación. Así, mientras se niega la historia, se señala que es inamovible hoy, como lo fue en el origen. No es verdad, pero es lo que enseñamos, consciente o inconscientemente. Nos enseñan que nuestra nación siempre ha sido así, y “se rompe” si se plantean otras propuestas. Nos enseñan que todo lo que no encaja con la idea dominante fue malo, perverso o perjudicial, como el intento federalista de la 1ª República, que obviamente sólo podía conducir al caos. Nos enseñan que…

Frente a ello, hay que seguir insistiendo en que SOMOS tiempo y espacio, y construimos tiempos y espacios. Frente al poder, debemos llegar “a los hombres y mujeres que, en lenguas y caminos diferentes, creen en un futuro más humano y luchan por conseguirlo hoy”. Frente a nuestras rígidas concepciones del mito nacional, excluyentes, debemos plantearnos que “todos somos indios del mundo”, como rezaba la pancarta que llevaron a la Plaza del Zócalo los tutte bianche italianos con la llegada al D.F. de la comandancia zapatista en 2001, tras la Marcha por la Tierra. Y tener claro que la identidad cambia, que la pertenencia a un grupo (nacional en este caso) conlleva cambios en el tiempo y en el espacio, e incluso en el propio concepto, o, para ser más preciso, en el contenido/significado del propio concepto, que nombra cosas absolutamente diferentes según el momento. La importancia del discurso… como mostró Foucault.

Volvamos a insistir en que SOMOS TIEMPO Y ESPACIO, y así, historia y geografía deben ir de la mano. Eso sí, debemos introducir un tercer elemento para poder explicar esta cuestión: las condiciones sociales de la época. O, con J.S. Pérez Garzón: “tales soportes [tiempo y espacio] no explican nada si no se consideran los condicionantes de vida construidos por personas y colectivos desde las relaciones sociales en todas sus dimensiones de expectativas, intereses, poder y conflictos. (…) Los elementos y sentimientos de identidad de cada individuo y de cada grupo se vertebran desde las relaciones y condiciones sociales existentes en cada época” [PÉREZ GARZÓN, J.S.- “La Geografía y la Historia, en la encrucijada de las identidades”, en COHEN, A. y PEINADO, R.G. (coords.).- Historia, historiografía y ciencias sociales, Granada, EUG, 2007, pp. 149-173].

Veamos cómo se da esa construcción social: “la construcción de las identidades nacionales en los Estados independientes parte siempre del momento de la independencia: los héroes fundadores son los libertadores y los mitos originarios son las batallas de liberación”, nos dice H. Cairo [“La colonialidad, la imperialidad y el debate sobre su superación”, Tabula Rasa, nº 8, enero-junio 2008, pp. 237-242]. En realidad, el autor lo está aplicando a las excolonias españolas, afirmando además que “el pasado amerindio no encuentra generalmente acomodo en estas narrativas patrióticas y los monumentos difícilmente recuerdan a héroes negros o indígenas”, ya que “los indios podían ser objeto de estudio, pero no sujetos de su propia historia”. Con todo, no nos suena tan lejano, y basta con cambiar la palabra “indios” por “desfavorecidos” (por ser suave en el término) y remontarnos, por ejemplo, a la España de 1808, a la que llegaremos en un ratito, para aplicarlo a nuestro país.

Para crear la identidad nacional, la historia escrita (por los dominadores, barnizada de cientifismo por los historiadores –al servicio del poder, claro- desde el XIX), que justifica la dominación y la integración “voluntaria” en esa estructura de dominación creada, debe convertirse en un saber nacional. Sentará las bases de la identidad nacional. Eso sí, junto con la geografía, necesaria para “limitar” también espacialmente la comunidad imaginada. Y para ello, tanto historia como geografía deben convertirse en saberes nacionales, pero también nacionalizadores, a lo largo del siglo XIX. Ahí jugará un papel clave la escuela, que se generalizará no para generar ciudadanos conscientes de sus derechos y deberes, sino para crear “nacionales” inmersos en los saberes totalizadores de la creación de lo “nuestro” frente a los “otros”. Y así, una geografía y una historia que trasladan al plano científico el mito (Viriato, Numancia, los Reyes Católicos…) y sitúan la edad de oro a la que hay que volver (“hacia el Imperio por la Gracia de Dios”).
    Una geografía y una historia impuestas por el poder para legitimar el poder, y que excluyen a los que quedan en los bordes. “La geografía y la historia se constituyeron en unas disciplinas científicas a las que se asignaron tareas de saberes nacionales. Esto es, se organizaron como asignaturas estatales y se impregnaron de la función de formar patriotas” (Pérez Garzón, p. 153). ¿Estamos de verdad tan lejos de eso en la actualidad? ¿La historia de España desde Atapuerca a la actualidad? Como en el XIX, tenemos dificultades para explicar los contornos actuales en términos de nuestro pasado. Si realmente tenemos una “esencia” diferente, un “modo de ser” que nos diferencia del resto, ¿cómo explicarlo frente a un mapa de la España del siglo XVI?. El territorio actual como espacio incuestionable de lo español, y, frente a ello, atemporalidad del concepto de España, y la inmutabilidad de la estructura geográfica presente, pese a los cambios sufridos en el tiempo y en el espacio. Que alguien me lo explique, por favor.
    
O, en otras palabras, “se fraguó la identidad española a partir de la historia y de la geografía” (Pérez Garzón, p. 155), en el marco de la escuela destinada a formar nacionales. ¿Tendrá algo que ver el glorioso imperio, la guerra de la independencia y la escuela liberal del siglo XIX con la tan denostada por algunos “memoria histórica”, o este término sólo es aplicable a aquellos que reivindican determinados momentos… Nos lo explica mejor Doña Esperanza Aguirre: “El Dos de Mayo fue la primera manifestación contemporánea del sentimiento común de los españoles de pertenecer a una nación y la primera vez que los españoles tomaron conciencia de ser ellos mismos los protagonistas de su propia Historia y los dueños de su propio destino. Por eso mismo, puede decirse que la Nación española contemporánea, que es la suma de las voluntades libres e iguales de todos los españoles, tiene su origen en el levantamiento del Dos de Mayo” [ver –o mejor, no ver- el prólogo de la susodicha a la obra 1808. El dos de mayo. Tres miradas, Madrid, Fundación Dos de Mayo, Nación y Libertad, 2008].
    ¿Os acordáis de la cita anterior de H. Cairo y el momento de la independencia? No, pues echad un ojo un poco más arriba. Yo no sé que más decir, después de semejantes argumentos (los de Aguirre, no los de Cairo). Por cierto, que la obrita en cuestión (la del prólogo de Aguirre) fue regalada en cantidades ingentes a los institutos de secundaria madrileños, mientras, paralelamente, se suprimían cursos de formación de profesores (en El Escorial, uno dedicado a la Educación para la Ciudadanía ¿para qué formar ciudadanos, pudiendo formar patriotas nacionalistas acríticos?; y en Fuenlabrada, sobre la Memoria Histórica, sobre el que ya comentaré algo más un día de estos, porque lo viví en mis propias carnes). ¿Ciudadanía? ¿Memoria?

Debemos recuperar la historia (y la memoria), la viva, la que no cree en construcciones ahistóricas para generar ciudadanos pasivos que consideran que el fin de la Historia es la realidad (aun cuando no sepan siquiera que es eso del fin de la Historia). Hay que recuperar la esencia de la historia, que viene marcada por las variaciones en el espacio y en el propio tiempo, ya que «lo único que no cambia es el cambio”. Y debemos además adaptarnos a nuevas realidades: ¿cómo nombrarnos y en qué territorios situarnos ante los inmigrantes? ¿cómo construir una identidad multicultural, de tolerancia y pluralidad, dentro de España, de Europa y ante los reclamos de la globalización? ¿es posible esa identidad, cuando la identidad española ya está perfectamente forjada y ha marcado nuestro “modo de ser” y nuestra “esencia cultural”, ambos inmutables, faltaría más?

Si nos robaron la historia, recuperémosla. Como indicaba Ismael Serrano en el fragmento que abría la primera parte del texto, “la historia está viva”. Hagamos que siga estándolo.

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